Este libro no habla de los escarpados tresmiles, los ibones o las grandes travesías pirenaicas de mar a mar.
Este libro no habla tampoco de ese Pirineo que, como París u otras muchas ciudades europeas, remata sus edificios con hermosos techos de pizarra.
Este libro quiere hablar de otro Pirineo, el de los somontanos, las redondeadas sierras exteriores, los cauces secos., de ese Pirineo más árido e ingrato que corona sus bordas y yerberos con las primas pobres de la pizarra, las más modestas y humildes losetas de piedra.
Este libro quiere hablar también de algunos de sus habitantes, de unos hombres solteros, los tiones, que cuando no bajaban de pastores a la tierra baja, cruzaban a Francia unos meses al año para trabajar por la comida y traerse la maquinaria de un carrillón., o de las mujeres, que quedaban a cargo de la casa, los niños y los mayores durante los largos meses de invierno.
Este libro quiere hablar del Sobrepuerto, la sierra de Guara y de las tierras a orillas del Guarga, la Guarguera, ese valle oculto que va de la falda del Monrepós hasta Boltaña surcado por la A1604.
Pero sobre todo, Primavera en la Guarguera habla de esos pueblos deshabitados que nos quieren recordar, con la tozudez de unas iglesias que no se acaban de caer, que sus ruinas son la última metáfora de una cultura, una lengua y un mundo perdidos para siempre.
Aunque por entre esas ruinas, el viajero, que en este libro se llama , se ha encontrado con nuevos pobladores y ha charrado con ellos.
¡Hay señales de vida!