Un libro palpitante que explora el tema del abuso infantil por parte de miembros de la Iglesia.
Una novela ligera y divertida que envuelve los recuerdos de una infancia marcada por el abuso.
En retrospectiva las cosas siempre parecen sencillas, pero lo que comenzó como un juego infantil se transformó en una obra cada vez más compleja, cuyo papel en mi vida fue protagónico, siempre enmarcada por la idea de que uno no tiene derecho de ser feliz cuando tantas almas, cercanas y desconocidas, viven atormentadas. La felicidad, desde esta perspectiva, era un estado insultante e inmerecido. Sumé entonces a mi lista de encomiendas el cultivo de la desdicha para alejar el azote de la culpa, como en esa oración en la que uno renuncia a cualquier posibilidad de ser feliz. Tantas cosas ocurrieron después por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, que comenzó a resultar insuficiente la repetición del estribillo. Había que comenzar a memorizar los rezos completos.
La culpa aparece como protagonista persistente en esta novela, intento de exorcismo personal. Aquí, dos hechos dramáticos se entrelazan en el seno de una familia; no es posible hablar de ellos porque desafían las creencias, esas que operan como una caja de contención para que la vida no se dibuje de colores oscuros e incómodos. Lo mejor era crear un universo propio, personal, en el que ciertas cosas se ventilaran de manera velada y recurriendo siempre al humor, como el más eficaz ejercicio de liberación. Así surgió Por mi gran culpa.