Un hombre se despierta sobresaltado en una pequeña habitación en penumbra. Mientras sus ojos se acostumbran a la falta de luz, intenta reconocer los objetos que le rodean. Instintivamente, palpa con su mano izquierda el bulto que forman las sábanas y la manta, pero no encuentra a nadie debajo. Con su mano derecha logra ponerse las gafas que encuentra en la mesilla y lentamente va identificando cosas que sí le resultan familiares; cientos de películas tiradas por el suelo, libros de poesía, un espejo roto, una botella medio vacía, un vaso medio lleno y una vieja libreta negra. Se incorpora con lentitud, para que su espalda no vuelva a chirriar como la madrugada anterior, y abre la libreta. Inmediatamente conecta lo que va leyendo con su propia vida. Pequeños textos que subtitulan sus propios recuerdos mezclándolos con su gran pasión, el cine. Los textos le evocan infinidad de imágenes que pasan por su mente como pequeños fotogramas agridulces. La primera noche junto a ella, la boda, el divorcio, la efímera reconciliación, el proceso de curación personal, los sabores y colores del mundo que descubrió buscándose y los solitarios despertares que vive en la actualidad. Tras la lectura, y después de respirar profundamente, cierra los ojos y la libreta al mismo tiempo. Sabe que en la vida todos los seres humanos somos actores, aunque no siempre participemos en la elaboración del guión. Unos tímidos rayos de sol invernal iluminan la habitación. El pulso y la respiración aún agitados por las emociones transmitidas por sus propias palabras, recuperan su ritmo habitual. La última imagen que ve, antes de conciliar el sueño de nuevo, es la de un hermoso león rugiendo envuelto en un círculo?