La principal aportación que el psicoanálisis ha hecho a la filosofía (se entiende: a los problemas que desde siempre han abordado los filósofos), consiste en haber demostrado la realidad radicalmente inconsciente de nuestra vida psíquica. Aquí reside el interés filosófico del psicoanálisis. Con esta aportación fundamental, Freud entra a formar parte de lo que P. Ricoeur denominó filósofos de la sospecha. Freud es un elemento común a dos trinidades: por una parte, junto a Nietzsche y Marx, forma la tríada del desenmascaramiento; por otra parte, junto a Darwin y Copérnico, se autoconsidera uno de los despertadores de la ilusión antropocéntrica. Por todo ello, Freud merece ser considerado como uno de los grandes filósofos de nuestra época. Pero, como señala Fernando Savater, La humillación sufrida (por medio de las tres grandes revoluciones) no nos hace más indignos ni más despreciables, sino más sabios. Freud no minimiza la importancia de la razón humana ni mucho menos niega que exista algo que merezca ser llamado libertad. Al contrario, toda la obra freudiana consiste en un empeño titánico, a menudo barroco y ampuloso, de tomarse la razón y la libertad profundamente en serio...
La autoconciencia activa del yo, que Freud pretende estimular o liberar por medio de su análisis personalizado, es una cordura con alcance moral. En modo alguno hay en el proyecto de Freud un anegamiento del yo consciente en las pulsiones del inconsciente o una identificación del esfuerzo ético con las crueles y psicopatógenas imposiciones del Super yo. Se trata, en cambio, de acudir en ayuda de lo así asediado. Algo que sólo puede hacer quien conoce la severidad del asedio y los específicos tormentos del yo deseante
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