Dice García Márquez que el alma viaja en burro, despacio, dejando pasear por delante de los ojos cada recoveco del camino, cada ventana y cada paisaje. Así ha concebido este libro el autor, partiendo de la idea de que estamos necesitados de que nos cuente, de que nos refieran los secretos que esconden esas piedras viejas, o de que alguien fabule con las formas de los árboles, como algo vivo que conservamos entre los recuerdos más valiosos.