Las doctrinas de Orígenes, el mayor intelectual de la Iglesia primitiva, dividieron al monacato. Jerónimo comenzó siendo partidario de Orígenes y recomendaba su lectura a las mujeres que se dedicaban al ascetismo. Después se hizo furibundo adversario. La obra de Orígenes contenía algunas teorías muy discutibles y fue el origen de todas las herejías posteriores. Jerónimo recoge en sus cartas las principales acusaciones a Orígenes de Epifanio de Salamina: sobre las almas; sobre la resurrección de los muertos; sobre los ángeles; sobre la salvación de los demonios; sobre la interpretación alegórica de la Biblia, etc. También recoge Jerónimo en sus cartas los errores de Orígenes, según Teófilo de Alejandría, al que ataca duramente, aunque leía sus obras en secreto: sobre el reino de Cristo; sobre la salvación del diablo; sobre las almas; sobre la resurrección de los muertos; sobre la condena del matrimonio. Rechaza el género alegórico en la interpretación de la Biblia, etc. En los monasterios de Oriente estalló una gran lucha entre los partidarios y los adversarios de Orígenes. Justiniano y los concilios participaron en esta lucha. Contrarios a Orígenes fueron los monjes: Saba, Eutimio, Juan el Hesicasta, Ciriaco, Pacomio, Elogio, Conón, etc. Muchos monjes de Palestina y de Egipto fueron favorables a Orígenes. En Oriente, personajes importantes fueron seguidores de Orígenes, como Antonio, Atanasio, los Capadocios, Juan Crisóstomo, Eusebio de Cesarea, Evagrio, y, en Occidente, Hilario de Poitiers, Victorino, Ambrosio, Casiano, Paulino de Nola, Genadio, Sidonio Apolinar, etcétera.