Por entonces, el siglo que llegaba, el XXI, se anunciaba urbi et orbi como un siglo americano. La hiperpotencia estadounidense iba a imponer, todo el mundo estaba de acuerdo, su hegemonía a nivel global. El mundo iba a ser claramente unipolar.
Sin embargo, el proyecto hegemónico de EEUU abortó entre 1997 y 2003. La crisis financiera internacional de 1997-1998 provocó la irrupción de nuevas estrategias económicas, Rusia cambió de rumbo, diversos países latinoamericanos rompieron con el modelo norteamericano y China emergió como pivote de la estabilidad del extremo oriente. Intentando restaurar su hegemonía por la vía de las armas, los Estados Unidos se empantanaron en Afganistán e Iraq, en lo que han sido dos desastres militares y políticos. Su imagen de víctimas del terrorismo derivada del 11 de septiembre, pasó a empañarse con lo visto en Guantánamo y Abu Ghraib
El siglo XXI, pues, va a ver un mundo multipolar, en el que la soberanía nacional vuelve a ser un elemento clave del pensamiento político. Aunque las elites políticas europeas, carentes de reflejos, no parecen haber tomado todavía suficientemente en consideración este cambio y siguen contemplando el mundo desde una perspectiva política ya obsoleta.