Pocas actividades humanas pueden compararse con la práctica de la navegación a vela en lo que respecta al trabajo en equipo. Sea una embarcación antigua o de última generación, a bordo cada cual tiene un rol que desempeñar. Pero como un velero poco o nada comparte con cualquier otro tipo de móvil, tampoco sus elementos y partes operacionales son siquiera un reflejo de otros, y entonces nos encontramos con que cada uno o una merecen su propia denominación específica, así como las acciones que con ellos se efectúen. Un tripulante debe conocer estas particularidades y, ya sea para establecer o desactivar un velamen, como para accionar con un ancla o liberarse de una amarra, ha de poseer conocimientos elementales que suelen enmarcarse en un término generalizado: marinería. En este libro comenzamos por el primer escalón, el del embarcado que no toma decisiones propias, sino que interpreta los requerimientos que le trasmite quien esté a cargo de la nave -y por ende responsable de lo que ocurra-, y los ejecuta con rapidez y eficiencia. Si el lector no está familiarizado con la práctica valerística, valga una sola -y desconcertante- particularidad: un yate de vela no posee frenos; no se han inventado aún, y tal vez sea un requerimiento insoluble. Una vez puesto en marcha, sólo el equipo de a bordo, coordinadamente, es capaz de maniobrarlo y detenerlo a voluntad. Algo que nunca dejará de sorprendernos, porque es a la vez simple y complejo.