En la mayoría de los veleros de mediano o pequeño porte el timonel tiene una doble tarea: conducir a la embarcación y resolver múltiples situaciones que puedan presentarse, dando para ello las instrucciones o voces de mando que sean necesarias para que su tripulación las ejecute. En ese mismo tipo de embarcaciones la conducción se efectúa por medio de una caña o palanca que actúa sobre el timón. Pero, primera sorpresa, cuando se quiere ir a la izquierda este mecanismo se acciona hacia la derecha, y viceversa. Tampoco es sencillo ajustar la marcha del barco y el velamen con el viento por dos motivos: primero, obvio, que el aire es invisible y, segundo, nueva sorpresa, que nunca es el viento que sopla el que propulsa a un velero. De modo que un timonel no sólo debe decidir cómo orientar a su barco durante la marcha, sino a qué tripulante encomendar determinada maniobra que necesite efectuar. Y eso implica un compromiso personal, porque debe saber quién, a bordo, está capacitado física o técnicamente, como para ejecutar su voluntad sin fallar. Si luego algo no sale bien, no puede transferir a su subordinado su propia responsabilidad en no haber sabido elegirlo para esa tarea. A bordo de un yate de vela, mal que nos pese, no hay democracia: uno manda, y el resto obedece; no hay tiempo para el debate. De lo que se desprende que nunca un timonel podrá desempeñar su tarea a la perfección y bajo la confianza que le trasmiten sus embarcados, si previamente no ha sido un buen tripulante.