A pesar del fulgurante éxito que obtuvo en vida, Bove fue olvidado después de la segunda guerra. Sus libros desaparecieron de los escaparates de las librerías y su nombre apenas era recordado por unos cuantos devotos de su obra. Sin embargo, a partir de los años ochenta, y gracias al empecinamiento de esos devotos, y muy particularmente a Raymond Couse y a la editorial Flamarion, las cosas empezaron a cambiar: su obra completa se reeditó en Francia, la crítica la acogió como un acontecimiento literario de primera magnitud, las traducciones se multiplicaron, mientras el periódico Le Monde, en su suplemento Le Monde des Livres, lanzaba en primera página la pregunta que se convertiría en una especie de contraseña: ¿Ha leído usted a Bove? De este modo, el mayor de los autores franceses desconocidos, como le llamara también Samuel Bekett, dejó de ser un desconocido, pero no dejó de ser en cambio uno de los mayores autores franceses del siglo XX.