Marcel Proust, James Joyce, Gabriel Miró, Bruno Schultz o Eça de Queiroz son algunos de los constructores de Europa. Gracias a los inventarios que introdujeron en sus obras, hoy conocemos mejor nuestro propio continente, no sólo su pasado sino también su presente, y puede que hasta su futuro. Esa capacidad que tuvieron para hacernos entender lo más cercano, la tuvieron otros para reconstruir sus vidas y de paso para invitarnos a reconstruir las nuestras. Georges Perec fue uno de ellos. Y Elías Moro también. Ambos tienen la rara habilidad de arrastrarnos, de obligarnos a seguir una letanía de recuerdos inconexos que finalmente sólo testimonian el enorme esfuerzo humano para ordenar el mundo sus vidas de una forma arbitraria y caprichosa. Su triunfo y su fracaso dependen de nosotros, de nuestra complicidad para continuar sus recuerdos con los nuestros. Un elefante o un aroma bastan. El tacto suave de una zapatilla. La luz tenue de un atardecer. Cualquier evidencia, por pequeña que sea, sirve de testimonio, de prueba de una existencia, de un acontecer concreto en mitad de la rutina. Algo así es este libro, que pone de manifiesto la importancia de la literatura como recordatorio de algo tan simple como que hemos vivido. Hilario J. Rodríguez