El cine, terreno de libertad, es también coto abierto en el que campan a sus anchas la homofobia femenina y la misoginia gay. Empieza la película. Él dice: «Bruja, más que bruja», y lo escupe porque cree que esa mujer es la arpía más malvada de todas las perversas. «Marica, ¡maricón!», grita ella, y al hacerlo no define: insulta. Y ambos se dan cita para el duelo a las puertas del armario, espacio simbólico de encierro y ocultación de la homosexualidad. The End.
Nabal nos recuerda que, más allá del marica orgulloso que se apropia del insulto (¡qué cosa tan queer!), y de la bruja que se inscribe en la tradición de las mujeres sabias, estigmatizadas y perseguidas, en ocasiones el cine nos devuelve la imagen más terrible de ambos, porque utiliza esos términos de manera ofensiva, como aprendimos a leerlos en los cuentos, como nos enseñaron a usarlos desde pequeños progenitores y educadores.
Aquí todo parece lo que es, porque éste es un libro «sobre los estereotipos, pero que pretende alejarse del simple rechazo frontal a los mismos, porque este rechazo puede tanto colapsar su interpretación como limitarse a una aproximación superficial y nada efectiva a los mismos. Y el cine como arte visual y narrativo funciona con imágenes o ideas de personas tal y como perviven en el subconsciente colectivo». Buceemos, pues.