Con Los refugiados, que se inicia en la Francia de Luis XIV y finaliza en el Canadá colonial, Conan Doyle pretendía novelar, mediante la peripecia particular de una familia hugonote, el destino de los miles de hugonotes que tuvieron que abandonar Francia por la intolerancia religiosa de su rey. La primera parte de la novela evoca ese barroco siglo XVII francés: la pugna entre protestantes y católicos, y la intriga cortesana entre dos favoritas reales, madame de Montespan y madame de Maintenon, y sus partidarios, por hacerse con la voluntad del Rey. En un brillante Versalles salen a escena el propio Luis XIV, el Rey Sol, y todo el coro cortesano rayando a gran altura: Frontenac, Corneille, Bossuet...
Como contrapunto, la segunda parte de la obra aborda los avatares y peligros que afronta la familia Catinat que, debido a su pertenencia a la religión reformada, acaba emigrando a Nueva Francia, donde espera reanudar su vida en libertad. La colonia, sin embargo, era en aquel tiempo un vasto territorio salvaje y escasamente poblado, con pequeños asentamientos de estructura cuasi militar rodeados y acosados por los dominantes indios iroqueses. Los refugiados nos brinda una visión sincronizada de dos siglos XVII muy diferentes: el metropolitano y cortesano, y el colonial.