Ignatieff empieza examinando la política de los derechos humanos y analizando cuándo es adecuado esgrimir las violaciones de los derechos humanos para justificar la intervención en otros países. Posteriormente estudia las ideas que sustentan los derechos humanos, advirtiéndonos de que éstos no deben ser idolatrados. Siguiendo a Isaiah Berlin, argumenta que los derechos humanos sólo pueden recabar un apoyo universal si su función consiste únicamente en proteger y mejorar la capacidad de los individuos para llevar las vidas que desean. Ignatieff concluye que Occidente tendrá mayores oportunidades de ampliar los progresos reales de los últimos cincuenta años si defiende esta postura y admite que la soberanía estatal es la mejor garantía frente al caos.
A lo largo del libro, Ignatieff combina el idealismo con el sentido práctico adquirido durante los años que ha pasado viajando por todo el mundo visitando zonas en guerra y países inmersos en conflictos políticos.