Fue en Inglaterra donde apareció por vez primera un individualismo virtuoso comprometido con la defensa pública de la libertad frente a la amenaza del absolutismo. Allí surgió un discurso político liberal-republicano que defendió que el bien público y el interés privado fueran de la mano.
Así, el liberalismo nació como un discurso público y privado de la virtud individual que tenía la vocación de frenar cualquier arrogancia despótica. Pero en la segunda mitad del siglo XX una tendencia neoliberal y libertaria convirtió el mercado en una abstracción dogmática que justificaba un egoísmo descontrolado y sin límites. En Liberales, José María Lassalle expone la necesidad de que el liberalismo del siglo XXI vuelva a los principios virtuosos de sus padres fundadores, John Locke, Adam Smith y Edmund Burke. Los liberales tienen por delante la responsabilidad de enfrentarse a sus propios fantasmas y liderar nuevamente la defensa de una política del deber, y no del beneficio. Una política al servicio de la libertad: preocupada por el control del poder; que asegure el establecimiento de mecanismos institucionales que impidan la corrupción y las conspiraciones contra el mercado que se urden a las sombras de los gobiernos; que combata el dogmatismo y que defiende la tolerancia como una seña de identidad de nuestra cultura. Ante la mayor crisis de las últimas décadas, urge recuperar la virtud y los valores, una tarea para la que los liberales están mejor capacitados que nadie.