Argumento de Las Edades del Agua
Pudo haber ocurrido hace mucho tiempo, tanto como para que su rastro en todos estos objetos haya desaparecido ya. A pesar de las escasas evidencias, lo cierto es que todos, en alguna ocasión, hemos tenido una madre. La madre que dispone del espacio que yo y los otros compartimos en esta Pensión es la Patrona. Esta mujer ha sabido alentar en nosotros el mayor de los respetos. Una consideración lejos de la dependencia a la que obliga la satisfacción de las necesidades más elementales. Nuestro reconocimiento ha dejado de ser animal. En esta casa los inquilinos nos subordinamos atendiendo a esa lógica por la que, con el tiempo, toda gratitud termina por transformarse en sumisión, toda compañía en acatamiento e incondicional entrega. No ha pasado un solo día desde mi llegada a este lugar en que no haya deseado abandonarlo. Pero es sin duda difícil no dejarse querer, despreciar el abrazo, la hospitalidad taimada con que esta mujer ha sabido amenizar nuestros días. He conocido otras Pensiones gobernadas por otras tantas mujeres, pero ninguna se ha mostrado a lo largo de tantos años tan solicita, tan entregada como nuestra Patrona. Nadie, en todos los años que he permanecido aquí, ha aspirado nunca a un lugar más propicio. Todo reproduce en estos márgenes el mejor de los mundos posibles.1