C. W. Rutherford, "un hombre bueno" y con una dedicación profundamente vocacional, ambiciona el poder supremo en la Iglesia Occidental, pero con el secreto proyecto de remover sus cimientos anquilosados, adecuándolos a la vertiginosa marcha de los tiempos. Quizá sea la envergadura del proyecto lo que le provoca este desasosiego, o quizá sea su propia faceta humana, a la que sucumbe irremisiblemente de tanto en tanto, como cualquier mortal y le ocasiona no pocos conflictos internos.
En cualquier caso, es incapaz de imaginar la estrecha relación entre su estado de angustia y los vaticinios de la profecía que duerme en los sótanos de la nave vaticana, cuya existencia ignora el propio Santo Padre, y de cuyo cumplimiento dependerá la continuidad, no sólo de la Iglesia, sino de la Humanidad entera...
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