-No hay autoridad sin respeto.
-El respeto no se funda en la imposición ni en el miedo, sino en la integridad, la sinceridad y la empatía con el prójimo.
-No podemos cambiar a nadie, sólo podemos cambiar nosotros mismos.
-El trabajo lo hacen las personas, y no puede hacerse un buen trabajo sin cuidar las relaciones humanas.
Los principios del liderazgo son tan simples que se nos han olvidado por completo. Confundimos la autoridad con el poder y el respeto con el miedo, lo que lleva a unas relaciones tensas y recelosas entre jefes y subordinados, y a un triste resultado: cuando un equipo trabaja para contentar al jefe, ¿quién se ocupa realmente del trabajo?
Este libro nos enseña que dirigir consiste, paradójicamente, en servir a los demás, porque un buen líder está pendiente de sus subordinados para atender a sus legítimas necesidades, ayudarles a cumplir sus aspiraciones y aprovechar sus capacidades al máximo. Una reflexión inteligente sobre la responsabilidad moral que implica dirigir que ha servido de inspiración a numerosos directivos norteamericanos.