Tomas Abraham inicia una pesquisa filosófica y no se detiene ante las
impugnaciones que dictan «el buen gusto» y la convivencia (la que
esconde las contradicciones para simular seriedad y rigor intelectual).
No lo detiene. Observa, analiza, compulsa. Sus preguntas no interrogan
esas zonas del discurso para las cuales se han inventado ya benévolas
excusas, sino las otras, las peligrosas.
Desde 1989, reflexiona Abraham, el factor económico es la clave que
permite descifrar los anhelos y las frustraciones de la sociedad. ¿Por
qué? Porque el factor económico no se reduce a la economía, no se limita
a la producción y a la distribución de riquezas sino que acusa la
visible emergencia de nuevas formas de vida. El factor económico revela
el diagrama de las mutaciones culturales.
De las historias de vida de los archimillonarios al encuadre histórico
de la ideología empresarial, de «la puesta en sorna» (con el mayor
respeto) de la literatura de autoayuda a la meditación sobre la mo