«Caputo, Pagiolla y Britapaja. Tenía once años y uno de los pibes más
grandes de la barra había descubierto este trío de jugadores de tres
equipos distintos, enlazado por las resonancias guarangueriles de sus
apellidos. El festejo del hallazgo era absoluto. Ya no los unía la
camiseta, sino el simple y maravilloso juego de imaginarlos en un
equipo. De la misma manera, jugando, podemos apreciar formaciones
alucinadas, caprichosas, inverosímiles, donde el motor no es el ansia de
ganar ni la estrategia de un DT, sino una especie de derrape de la
estadística y la obsesión de la data, tan afín al periodismo deportivo,
solo que por fuera de cualquier solemnidad. Cerca de esos juegos de
esquina de verano, de espera antes del partido, de viaje por la ruta.
Juegos sin sentido, casi malabares mentales. Quizás más interesantes,
porque al contrario de la estadística y de la data que estructuran y
endurecen al fútbol, esta desviación lo lleva de nuevo al juego. Lleva
otra vez a un fútb