Desde que comenzó el proceso de escolarización universal y obligatoria en España, hace justo 200 años, un objetivo central de la institución escolar ha sido lograr la formación de todos los niños para lograr su integración en la sociedad. Alcanzar la escolarización total ha supuesto un enorme esfuerzo de toda la sociedad, que ha tenido que atender las grandes exigencias económicas de tamaña empresa y también vencer diversas resistencias sociales. Estas resistencias han procedido de las clases elevadas, que no veían necesario invertir demasiado en la educación de las clases sociales bajas, y también de las propias clases bajas que consideraban renunciar a la aportación de los hijos a la economía familiar. No es de extrañar que la escolarización completa no se lograra en realidad hasta finales de los años sesenta del pasado siglo. Ahora bien, incluso logrado este objetivo, afloran problemas importantes que ponen en cuestión la aportación real de la escuela a la consolidación de una sociedad democrática. Por un lado, el fracaso escolar sigue siendo algo, demasiado alto, lo que indica que en torno al 30% de los estudiantes no alcanzan los objetivos mínimos previstos. Por otra parte, la escuela no parece garantizar la igualdad de oportunidades en la que se basa su legitimidad social. La clase social y cultural sigue siendo un factor fuertemente predictivo del éxito académico, lo que pone en cuestión la meritocracia y la movilidad social. Si queremos una escuela que realmente contribuya al crecimiento y consolidación de una sociedad democrática, parece necesario reflexionar rigurosamente sobre los problemas actuales. Siguiendo un enfoque que tiene cada vez más audiencia entre los profesionales de la educación y entre la ciudadanía en general, quizá es llegado el momento de superar el eje formado por la igualdad de oportunidades y la meritocracia y pasar a otro en el que el protagonismo lo ejerza los procesos de inclusión. Sólo en la medida en que la escuela rompa el círculo vicioso formado por la exclusión social y el fracaso escolar, que se retroalimentan de forma muy nociva, podemos aspirar a una sociedad en la que la exigencia de libertad, igualdad y solidaridad sea algo más que retórica vacía. Este número pretende, por tanto, reflexionar sobre los procesos de exclusión e inclusión, adoptando un enfoque global sobre todo el sistema educativo sin renunciar a entrar en análisis de aspectos más concretos. El economicismo imperante en nuestra vida política,la exaltación de la excelencia entendida de forma muy restrictiva y al mismo tiempo elitista, dificultan abordar seriamente un modelo de escuela volcada en la inclusión social y en la formación democrática. Esta última, sin embargo, es la estrategia más adecuada para iniciar la resolución eficaz de los actuales problemas educativos.