En la Edad Media es la Iglesia quien establece la actitud que el cristiano debe tener para con el dinero y el uso que le ha de dar. El dinero ha de tener un valor superior, no mundano; la verdadera riqueza, se insiste, no es de este mundo y, por ello, donar el dinero es tan importante como ganarlo.
Sin embargo, la presencia del dinero gana terreno no sólo en el espíritu de los hombres, sino también en su mente. Aun a pesar del lento y limitado desarrollo de la economía medieval, el dinero multiplica su presencia en todos los espacios, desempeñando un papel primordial en el crecimiento de las ciudades y el comercio, y en la constitución de los Estados a lo largo del Medievo.