Viejos rencores habían conseguido llevar a Antonelli y al déspota magistrado por caminos separados. Al menos, hasta que alguien se decidió, finalmente, a ajustar cuentas al temido juez. Unas cuantas puñaladas, un aparcamiento vacío, y Jeffries había pasado, para siempre y para alivio de muchos, a mejor vida.
Si bien poco conmovido por la muerte de su enemigo, el letrado no podría ignorar la importancia del caso cuando, poco después, otro juez es eliminado en idénticas circunstancias; aunque, en apariencia, por un asesino distinto.
Convencido de la inocencia del segundo acusado, Antonelli decidirá asumir su defensa. Una determinación que no sólo le llevará a dar lo máximo de si en la corte, sino también a redescubrir los abusos del desaparecido Calvin Jeffries y el daño infligido a sus víctimas. Pobres seres vapuleados a quienes, una vez despojados de su dignidad, sólo quedó la esperanza. O, en su defecto... la venganza.