Relegada a un segundo plano, olvidada, su padre y su esposo ejercieron la regencia hasta que su hijo Carlos I tuvo la mayoría de edad.
A la muerte de Felipe, su padre Fernando, para evitar que reinara, la encerró en Tordesillas en 1509 donde vivió en cautiverio hasta el día de su muerte acaecida el 11 de abril de 1555.
Turbias pasiones, odios profundos, envidias desmedidas, mentiras infames y ambiciones descontroladas marcaron la desgraciada vida de una reina predestinada a cargar con el peso de más de doscientas coronas que la hundieron en la desesperanza, pero jamás en el olvido.