En 1812 la crisis de las monarquías española y portuguesa y la eclosión del descontento de los criollos abren una era de interrogantes e incertidumbres que culminaría con la creación de 19 repúblicas independientes bajo el signo liberal. La separación no implicó, por fortuna, la ruptura de otros lazos de unión. Ese es el punto de partida de este relato. Por él desfilan las gestas de los libertadores que llenaron el imaginario de los ciudadanos de las naciones por ellos creadas y las plazas de sus capitales. En él se registran las enormes dificultades para crear unas sólidas estructuras políticas, jurídicas y económicas que constituyeran el nervio y el sustento de unos estados nacidos, salvo Brasil, en el fragor de las guerras de liberación. Encomendarse a caudillos, o a líderes carismáticos, se convirtió en una tentación recurrente. La revolución política no vino acompañada de una revolución social y cultural. La libertad y la igualdad, en unas sociedades con poblaciones indígenas que conservaban tradiciones culturales y formas de organización originarias, quedaban reducidas a un puro formulismo legal. Iberoamérica llegó tarde a la industrialización. Muchos interrogantes se mantienen al término del año 2012 en que finaliza el relato. Pero, aunque la valoración sea necesariamente provisional, algunas cosas han mejorado. Hay más democracia, menos pobreza y, de cara a la globalización, más cooperación entre los estados vinculados por acuerdos regionales, y más apertura a otros países, ibéricos y americanos, a los que también están asociados.