Una historia sencilla, dulce y tierna para ayudar a nuestros hijos a gestionar y superar la tristeza.
Llamamos «tristeza» a la sensación de abatimiento, desgana y dolor que nos abruma en situaciones de pérdida, decepción, separación, frustración o soledad. Se suele asociar al llanto y es la emoción más empática, pues nos resulta muy fácil de reconocer en los demás.
Los niños pueden sentirla cuando se separan de sus padres o amigos, al final de las vacaciones, si se les rompe un juguete importante, muere una mascota o se suspende una excursión que les ilusionaba... También cuando ven llorar a otra persona o notan su tristeza.
Aunque se suele clasificar como negativa, la tristeza es muy necesaria: nos ayuda a recibir apoyo, nos concede tiempo para asumir las situaciones y, junto con el llanto, nos desahoga.
«No podemos elegir qué sentir, pero sí podemos decidir qué hacer con lo que sentimos y, por supuesto, podemos enseñar a nuestros hijos a hacer lo mejor con aquello que sienten».