Hanglin vuelve a la carga, más ácido, irreverente y polémico que nunca.
La clase media argentina está cada vez más indignada y, en este
contexto, Rolando Hanglin vuelve a la carga, más irreverente y polémico
que nunca. Sin pelos en la lengua y dueño de un estilo que hace reír a
carcajadas, Hanglin y su alter ego, el señor González, se animan a
desmitificar la bondad intrínseca del progresismo, una caricatura del
progreso con el que nuestros antepasados alguna vez soñaron. Ese ex
alumno del Nacional Buenos Aires que vivió la revolución hippie de los
sesenta hoy se sorprende frente a una generación que toma el colegio
ante el menor inconveniente, hace "pogo" en los recitales y sale a
bailar a las cuatro de la mañana. Como si fuera poco, repasa algunos
malentendidos de la historia argentina que dieron origen a lo que él
llama "la deformación del progreso" y rescata la figura de próceres con
mala prensa. Ya sea que hable de las señoras que leen novelas eróticas
en sus ratos libres, de la onda swinger o de las campañas al desierto,
Hanglin encarna la voz de un grupo de gente que se siente expulsado por
un mundo al que no comprende.