La novela más negra del Tano mantiene con magia narrativa el diurno
ritual de la esperanza.
La noche puede ser tan salvaje como lo requiera el alcohol. La lengua
suelta, la boca seca, los sentidos confusos. En el umbral, al acecho, el
remordimiento. Hasta que, en lugar de salvajes, eufóricas, locas, las
noches empiezan a parecer simplemente repetidas. Entonces el que las
presencia y las vive tiene que elegir entre las misiones equívocas del
aburrimiento y el sacrificio.
Fuego a discreción cuenta con aplomado fervor y una ternura exenta por
completo de sentimentalismo el tránsito entre una vida que va a
consumarse sin conciencia y una especie de resurrección que nos deja a
salvo de cualquier exterioridad ingenuamente optimista.
Escrita en el crepúsculo de la última dictadura militar, la ciudad de
Fuego a discreción es víctima de un verano opresivo que traduce en clave
meteorológica la situación política. Patrullas de la policía, operativos
del ejército. El capítulo XV precipita una reflexión despiadada sobre la
humillación y la tortura. Sin embargo, inexorablemente, se acerca el
tiempo de las elecciones.
La novela más negra del Tano mantiene con magia narrativa el diurno
ritual de la esperanza.