Argumento de Fresas para Tristan Tzara
El oleaje es mínimo, levemente las olas recortan el litoral, sin mirar hacia arriba adivino el cielo despejado, frío y lleno de estrellas. El sonido del motor de la barca -pot, pot, pot- apenas hace mella en el paisaje esculpido del silencio. Toda la bahía está inflada de luz. Suspiro un poco hastiado: la ciudad que contemplo tuvo una oportunidad de poseer una personalidad propia; sin embargo hoy no es más que un híbrido de Madrid y Barcelona -dependiendo a que lado del bilingüismo oficial pertenezcas-. Vuelvo a suspirar, lo encuentro agradable e incluso me parece detectar alguna resonancia mística en ello por lo que no puedo evitar repetir el suspiro. Suspiro, aunque el cansancio me pica en los ojos, me siento bien, como un dios: ahora comprendo el porqué de las cosas...
Una tos me devuelve a la realidad objetiva, es decir, a recordar que somos tres en una barca: el pescador, mi amigo y yo. Mi amigo enciende un cigarrillo que ha sacado del bolsillo de la chaqueta. Le pido uno. Con gestos me indica que es el último y me propone compartirlo. Arrugo la nariz, negando con la cabeza. La barca se desliza hacia el puerto.1