En octubre de 1938, pocos meses antes de la ocupación franquista de Cataluña, se celebró en Barcelona uno de los juicios más polémicos de la guerra civil. El Tribunal de Espionaje y Alta Traición de la República juzgaba a la dirección del Partido Obrero de Unificación Marxista, la organización comunista y antiestalinista, a quien el fiscal acusaba de ser una organización al servicio de Franco y del fascismo internacional. Ante la debilidad de las pruebas en el juicio se demostró que eran burdas falsificaciones que no resistieron el más mínimo análisis- el Tribunal rechazó la acusación. De hecho todo había sido un montaje surgido desde Moscú y de la Internacional Comunista para justificar la dura represión a que estaba siendo sometido el POUM desde mayo de 1937, y que había culminado en el asesinato de su máximo dirigente Andreu Nin. Para reforzar la campaña de calumnias que desde finales de 1936 había puesto en marcha Stalin contra el POUM, a lo largo de 1938 se publicaron varios folletos, como el del inexistente Max Rieger, que prologó José Bergamín, o el del periodista francés, miembro del partido comunista, Georges Soria. En ambos casos hubo traducciones a otros idiomas, que pretendían ofrecer una cobertura internacional a la campaña. Su publicación hoy representa una denuncia contra los métodos que Stalin y los estalinistas utilizaron durante la guerra civil española para eliminar a los disidentes políticos, en las filas del movimiento comunista.