Con estos ensayos, William Ospina cuestiona a las personas, el papel que
estamos llevando en el mundo y la importancia de nuestras acciones.
Rimbaud abandono las letras a los diecinueve años para dedicarse al
contrabando en África, en un desesperado intento por olvidar su mundo y
su pasado. Whitman entendió que una de las maneras de alcanzar el ideal
democrático que su nación prometía era desistir de la exaltación de
ídolos y dioses, herencia de la tradición clásica. Emily Dickinson creyó
renunciar al universo pero se quedo con el lenguaje, que contiene todas
las cosas. Lord Byron se convirtió en el mayor héroe romántico de la
historia al dejarlo todo para luchar por la libertad de los pueblos
sojuzgados. Faulkner develo con su literatura las dos mayores barbaries
de la Norteamérica de comienzos de siglo XX: la intolerancia y el
racismo. Holderlin vio no solo el extravío de Occidente en un humanismo
arrogante, sino la abyecta tendencia al saqueo, la explotación y la
destrucción del planeta.
En esta prodigiosa mirada de William Ospina, el escape de una sociedad
hostil y el peso de la herencia, que en ocasiones prometen y en otras
amenazan, son el impulso común de esos extraños prófugos de Occidente.