Rumi dictaba sus versos en estado de trance. Cantaba, bailaba y se hacía uno con las cuerdas de su laúd. Su poesía es un equilibrio entre la experiencia sensual y la del amor divino: del sabor de un fruto terrenal al gusto de Dios. No sólo fue el fundador de una orden sufí en Konia, la orden de los Derviches o Giróvagos, esos monjes que bailan girando sobre sí mismos hasta alcanzar el éxtasis, sino que además siguió impartiendo la doctrina del Amor Divino por la vía de la negación del ego, así como la reivindicación de la supremacía del instante presente y la búsqueda de la divinidad en cada partícula del universo, hasta el momento de su muerte, el 17 de diciembre de 1273. La presente antología de los mejores textos de Jelaluddin Rumi, realizada por Coleman Barks, es ante todo la traducción de la obra de un poeta realizada por otro poeta, pensada para confundir a los eruditos que clasifican la poesía de Rumi según las categorías aceptadas, porque la mente quiere categorías, pero la creatividad de Rumi era el qalb, una tremenda generosidad compasiva, un manar constante que trascendía las formas y la mente.