En esta huida del Tíbet Kunsang y su familia atravesaron multitud de dificultades hasta que llegaron a Suiza y empezaron de nuevo.
La joven monja Kunsang pensó que jamás abandonaría el Tíbet. La cotidianidad que marcaba su vida la llenaba por dentro: la unidad con la naturaleza, la espiritualidad presente en todos los seres, su matrimonio con un monje y sus dos hijos. Pero esta vida de paz y rezo iba a cambiar por completo. En 1950 la invasión de China al Tíbet cambiaría sus vidas. Cuando invadieron el monasterio no tuvieron más remedio que huir y ahí empezó su viaje por las nevadas cumbres del Himalaya en el que para Junsang sería el invierno más duro de su existencia.
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