Cuando después de una ausencia larga, cansado de su fantasía y como desesperado de sí mismo, el hijo pródigo, del fondo de esa privación que buscaba, piensa en el rostro de su padre, en la alcoba estrecha donde su madre se inclinaba sobre su lecho, en el jardín abrevado por agua corriente, pero cerrado y de donde quería evadirse; en el económico hermano mayor a quien no ha amado nunca pero que retiene todavía en la espera la parte de sus bienes que, pródigo, no ha podido dilapidar- el hijo reconoce que no ha logrado encontrar la dicha, ni siquiera prolongar por más tiempo esa embriaguez que buscaba a falta de felicidad. ¿Ay!, piensa, si mi padre irritado entonces en mi contra, me ha creído muerto, tal vez a pesar de mi culpa, se regocijará al verme, baja la cabeza, cubierto de cenizas, inclinándome frente a él, diciéndole:
"Padre mío, he pecado contra el cielo y contra tí". ¿Qué haría si tendiéndome la mano dice: " Entra en la casa, hijo mío"? Y el hijo, entonces, piadosamente se encamina. Nota de André Gide EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO El hijo pródigo
La amonestación del padre
La amonestación del hermano mayor
La madre
Diálogo con el hermano menor