Es un momento social en el que la revolución del feminismo va obteniendo evidentes resultados, lo que da lugar a una cierta relajación en la batalla por la igualdad. Es importante advertir que queda aún mucha lucha en el horizonte. Uno de esos combates no exentos de hostilidad es el que mantiene una generación de mujeres que ronda los 40 años cuya independencia heredada del avance del feminismo y la igualdad les ha supuesto ser libres para elegir sobre sus vidas, para decidir sobre sus profesiones, han sido libres para el amor, la vida en pareja y la maternidad; libres, al fin, para construir nuevos modelos de familia derivados de la conquista de esa emancipación y de la constatación de que la figura imposible del «príncipe azul» nunca respondió a una realidad. Así, conquistados territorios de independencia, alejada de la opresión de un varón trasnochado y de un rol femenino mutilado y dependiente, esta generación se enfrenta a una sociedad que mira con recelo un movimiento revolucionario que empieza a quebrar los sólidos pilares del concepto más tradicional de la familia. La autora, periodista y perteneciente a esta generación, ha indagado en historias reales para mostrar un nuevo retrato de la sociedad muy alejado de estereotipos, en el que la unidad familiar se abre como un abanico cambiante y multicolor en el que caben hijos adoptados, «postizos», sin padres, de parejas diferentes, con dos madres o supervivientes del abandono, el desamor y el maltrato. La familia cambia porque cambia la mujer y es precisamente ella su mejor arquitecto y el más poderoso de sus cimientos. El varón, mientras, asiste desconcertado, inactivo y huraño ante este paso decisivo protagonizado por las nuevas mujeres.