Cuando el reino de Chile aún sufría las paralizantes consecuencias del terremoto del Cristo de Mayo, regresó como inquisidor comisionado visitante el extremeño Francisco Alcázar de Romo. Encontró lo de siempre: brujos de pacotilla y judíos herejes, o por lo menos circuncidados, sobre quienes hacer recaer el castigo ejemplificador. Sin embargo, creyó obtener el mayor logro de su vida cuando supo que media docena de damas, entre las más ricas e influyentes, practicaban pecaminosos ritos sexuales, más propios de indios que de buenos cristianos.
Es 1647 y el reino de Chile se recupera del devastador terremoto de mayo. Buscando esperanza en medio del caos, el pueblo se ha concentrado en la adoración del Cristo de la Agonía, pavoroso crucifijo que sobrevivió al derrumbe del templo de los Agustinos y al cual la gente le atribuye propiedades milagrosas. En medio de ese torbellino de muerte y superstición, aparece en Santiago, el inquisidor Francisco Alcázar de Romo, quien al principio concentra su atención en brujos, negros, indígenas y judíos, hasta que llega a sus oídos la historia de que algunas de las damas más ricas e influyentes de la sociedad, practicaban pecaminosos ritos sexuales, más propios de indios que de buenos cristianos. Damas todas, sobre las cuales flotaba perfecta, la sombra de la Quintrala#