Un observador imparcial que circule por las calles de cualquier parte del mundo, por sus rutas, no tardará en deducir que para una masa crítica de personas los demás son simples obstáculos de los que hay que desembarazarse de cualquier manera. Esto significa transgredir normas, reglamentaciones y leyes. La violencia cotidiana excede los ámbitos del crimen organizado y profesional, y es hoy en día un modo naturalizado de relación. Se celebran programas de televisión en los que con persistencia patológica se degrada el lenguaje, se hace mofa de las condiciones especiales de muchas personas y se deshonra a las mujeres (aunque duela decirlo, con la participación y complacencia de varias de ellas). Esto ocurre en las penumbras de un apagón moral. Porque el panorama descrito en las líneas anteriores no es sociológico: es moral. Y es apenas la octava parte del iceberg que emerge a la superficie, mientras otras siete permanecen sumergidas, fuera de la vista. El apagón moral habla de estos temas. Ojalá sus páginas funcionen como una vela en la oscuridad que nos agobia cada día. Ojalá, así sea en la penumbra, el otro empiece a dejar de ser un objeto molesto en el parabrisas y se convierta en un igual.