Constance, una dama de la alta sociedad inglesa, se casa con el aristócrata Clifford Chatterley, quien ha quedado paralítico después de luchar en la Primera Guerra Mundial. Pese a ser un hombre atractivo y varonil, ha quedado impotente y en silla de ruedas luego de recibir una herida en batalla. Cuando detecta en Constance los síntomas de languidez e indiferencia por la vida, le recomienda de inmediato que se busque un amante para satisfacer sus deseos sexuales e, incluso, para asegurarse la descendencia. Lady Chatterley al principio se siente ofendida, pero a medida que pasa el tiempo y se acentúa su insatisfacción, inicia un escarceo amoroso con Michaelis, un artista que está de visita en lo de los Chatterley. Luego su esposo le presenta a Oliver Mellors, el guardabosque de las tierras de su propiedad. Constance se siente subyugada por él, por la virilidad que emana, pero a su vez rechaza su forma de vida, su forma de hablar, su clase social. El progresivo acercamiento entre ambos acaba por fin en el suelo de una cabaña, sin interludio amoroso previo. Comienza así un intrincado e intenso triángulo amoroso. Aclamado como uno de los grandes libros de literatura erótica, El amante de lady Chatterley estuvo marcado por la incomprensión y el escándalo. No sólo fue prohibido, sino que incluso los lectores y buena parte de la crítica lo calificaron como un elogio del libertinaje y de la pornografía. La doble militancia de D. H. Lawrence, escritor y profeta a la vez, se impuso con los años como una de las mejores estrategias estéticas en las que el erotismo y la comunidad juegan con el cosmos un rol fundamental.