Nunca ha sido fácil enseñar filosofía. El mayor filósofo de todos los tiempos, de acuerdo con una tradición muy venerable, Sócrates, experimentó en su propia persona la complejidad de adentrarse en el saber filosófico. Si hemos de creer a Platón, el inquieto Sócrates, conversador infatigable con unos y otros, y que se reclamaba ignorante de todo conocimiento salvo de su propia nesciencia, en realidad conocía muchas verdades filosóficas; pero no las había aprendido por sí mismo ni tampoco en un diálogo con sus semejantes en la inopia filosófica. Como muchos de nosotros, las aprendió de un profesor. En el Banquete, el propio Sócrates cuenta que lo que sabe del amor, ingrediente esencial de la actividad filosófica hasta el punto de constituir la mitad de su nombre, lo llegó a saber como dócil y no muy avispado alumno de boca de un verdadero maestro. Maestra, más bien, Diotima, la extraña mujer de Mantinea.