Es en esa fascinación ante la mujer donde los autores, en claves muy variadas, perciben una perversidad: las mujeres de la pantalla hablan, se mueven; se muestrasn engañosamente cercanas, despiertan inquietudes y deseos, pero, protegidas por impenetrables corazas de celuloide, son inasequibles como estatuas, pinturas o divinidades.