De ahí en adelante, las variaciones se van deslizando unas a otras, como si modularan, y aparecen asuntos diversos: la identidad, la revolución, el bonapartismo, la historia, los historiadores, hasta que se asoma nuevamente el cuerpo en aspectos concretos e históricos como la dualidad limpio-sucio, la vestimenta, los afeites, la cultura gimnástica, para rematar en los cuerpos incorpóreos de la literatura, descripciones de cuerpos de unos personajes que nunca veremos y sólo conocemos por signos, según ocurre con la música, que es la más corporal de las artes, porque interesa a todo nuestro cuerpo, pero es también invisible.
Entre esos cuerpos que constituyen, al fin, el tema oculto de las variaciones anteriores, se da el más importante, una de las figuras míticas decisivas de la historia, Jesucristo, resucitado en carne gloriosa pero, al mismo tiempo, ausente de su sepulcro, como el Delfín de Francia. Si se admite otra analogía con la forma musical señalada, estamos en presencia del remate o coda de las variaciones que terminan instaurando el tema: el cuerpo y sus vínculos con los poderes, el propio y los ajenos.