Este artículo cuestiona la afirmación de que el mal de la Iglesia proceda simplemente de fuera, de una influencia exterior, «constantiniana», de la que bastaría liberarse para volver a la pureza evangélica. Antes y después de Constantino se produjo una progresiva ósmosis interna, sobre todo jurídica, entre cristianismo e Imperio. Original, sin embargo, fue la tensión creada por el creciente dualismo institucional que marcó a la cristiandad hasta nuestros días. Si bien la secularización, y la consiguiente pérdida de poder por parte de la Iglesia actual, vacía el dualismo tradicional, ahora se abre una nueva tensión entre una Iglesia entendida como testigo profético y escatológico trascendente con respecto al mundo y una Iglesia entendida como presencia también institucional en el mundo, sometida, por eso, a corrupciones y reformas.