Argumento de Como Un Ladron
Hippolyte Messay, antihéroe, camina, como un ladrón, los mismos pasos que el protagonista de Memorias del subsuelo de Dostoievski; donde el ruso delataba las miserias de una ciudad de funcionarios como Petersburgo, aquél denuncia la paradigmática decadencia de otra ciudad: París, de la cual le gustaría ver sus escombros. Pero Messay, como un clergyman unamuniano, apuesta por tratar de ver alguna luz en la penumbra de casi dos siglos de negaciones. El público moderno parece tener debilidad por los escritores confusos, que no acaban de revelar su último secreto, tal vez porque, entre sus desórdenes, no ocultan ninguno André Thérive. André Thérive (1891-1967) fue novelista, periodista, biógrafo, y un reconocido e incisivo "querellista" crítico literario francés. Colaboró en Les Temps y en la Revue critique des idées et des livres. En 1931, funda con Léon Lemonnier el Premio de Novela Populista. Autor de numerosos ensayos sobre literatura y lingüística, también de algunas biografías, dedicó una gran parte de su vida a escribir novelas (La revanche, Sans ame, L'homme fidèle, Le plus grand péché, Coeurs d´occasion, entre otras) en las que poner en práctica su deseo de crear una nueva narrativa lejos de aburguesamiento y el nihilismo, estético y filosófico, de mediados del siglo XX. "La verdad es que vivo en una caverna. Una caverna enmohecida, invadida por el musgo y los ciempiés, como la de san Jerónimo en las viejas pinturas (...) Me hace gracia la gente que pretende escribir sus memorias para sí misma. Yo puedo decir con entera franqueza que no escribo esto para mí, ni para las personas que me conocen. (...) Estoy muerto desde hace tres días e incinerado desde esta mañana. Ni siquiera se han repartido esquelas. ¿Quién querría pagarlas? (...) He escrito estas palabras con lentitud y con sangre fría, como si se tratara de una broma amable que me gasto a mí mismo." "Así, pues, debo preguntarme para qué servirán estas notas. Los escritores profesionales se las arreglan para dejar sus papeles a quien corresponde, y para hacerlos publicar. Es lo que da lugar a las memorias de ultratumba: «Admirad mi constancia y mi modestia, buenas gentes, puesto que he esperado veinte años hasta entregaros mis palabras. Escuchad mi voz póstuma con gravedad, con reverencia...» Y otros dan órdenes para que sus confidencias sean quemadas como obra maestra inacabada. Yo, por mi parte, no tengo ninguna necesidad de dar órdenes. Ya no me queda de estas fantasías otra cosa que un recuerdo frío y abstracto. El mundo se ha enfriado para mí, se ha desecado. Todo me parece exactamente lo que es. No hacen falta más signos. ¿Qué puedo hacer? Esto es así. Todo se terminó. Nada ha comenzado."0