Ya se retiraba la noche del monte, que el alba pronto lo iluminaría; por él cabalgaba un jinete presto a ver su amada. No había que picarle en los flancos al animal que montaba, que con una palabra suya pronto lo agradaba. Iba con el cuerpo cansado y el alma espabilada, la madrugada había sido larga y larga la cabalgada, que las distancias largas con los aromas del monte pronto se ven terminadas. La ilusión de volver a sus hijos siempre lo acompañaba. Pensó en su mujer y en los tres a los que él les había querido dar vida larga. Levantó su voz para gritarle a su jaca: -¿Corre, Rojiza! Que la distancia se acaba, pronto llegaremos donde más nos agrada, que, aunque poco tenemos, ellos nuestras vidas siempre han sabido alegrarlas. El animal relinchó, esperando llegar a su cuadra, y él, ansioso de ver a sus hijos agarrados a las faldas de su amada, que no hay cosa que llene más que ver en ellos su vida más prolongada.