Carlos Rua solo quiere ser gran maestro de ajedrez. Se enfrenta a cualquiera, padres incluidos, que coloquen la mínima piedra en su camino. Su caminar por el intricado mundo de los 64 escaques es duro, pero para él lo verdaderamente duro es no llegar. Las grandezas y la miseria de esos hombres (algunas mujeres también) que viven pensando en defensas sicilianas, aperturas, diagonales, torres, peones, problemas de tiempo, quedan abiertas en canal en este libro. Viven como aparentes genios, no lo son tanto, o no lo son siempre, sino más bien prisioneros de un sistema que les aprieta hasta límites cercanos a la asfixia. Grandes momentos pero también grandes miserias. Soberbios, histriónicos, geniales, casi nunca generosos y siempre desconfiados, recorren el mundo como tropa vagabunda que se distingue de la verdadera tropa en su desconfianza hacia el que la comparte. Esta novela se sitúa en el tiempo real en que se extinguía la URSS, la lucha política también llego a los tableros. Grandes ajedrecistas fueron, como otros, utilizados como portadores de propaganda. ¿Han cambiado los tiempos?