Un recorrido con todos los matices por la Buenos Aires del quinquenio
anterior al festejo del Centenario. La vida cotidiana, cultural y
política de una población llena de inmigrantes e hijos de inmigrantes.
Buenos Aires iba a recibir al Centenario. Claro que muchos de sus
habitantes no debían saber muy bien de qué les estaban hablando o qué
tenían que festejar. No porque fuesen indiferentes ni porque no les
importase la historia del lugar, sino porque no hacía demasiado tiempo
que habían llegado y sus esfuerzos seguramente estaban concentrados en
cuestiones relativas a las nuevas circunstancias: cómo acomodarse, cómo
lograr una vivienda digna y, en una mayoría de casos, cómo pronunciar y
organizar el castellano.
De ese singular universo que poblaba la ciudad y del divino laberinto de
los efectos y las causas que lo crearon, algo sabemos. Del primero, que
casi la mitad eran recién llegados (y más de la mitad de ellos
italianos) y de los argentinos, que una mitad eran hijos de extranjeros.
De qué podían enterarse y qué estaban dispuestos a festejar, también
algo sabemos. Muchos festejaban, por ejemplo, la inauguración de la
estatua de Garibaldi; los mismos, u otros, llenaban los teatros de
ópera, de sainete y de zarzuela, las gradas del hipódromo de Palermo,
los remates de casas y terrenos, y otros, y algunos de los mismos, se
dedicaban a organizar las huelgas o a concurrir masivamente a los
entierros de los grandes hombres, o a homenajear al autor de Tosca, o a
Saint-Saëns, o al maestro Toscanini, o a la Infanta, o a Titta Ruffo, o
a Blasco Ibáñez.