Debía decirte
que he besado la felicidad
y por eso te escribo.
Quedamos en llamarnos
-¿te acuerdas?-
si sentía algo nuevo, indefinido,
sin nombre, algo distinto.
Y te llamo porque...
¿ Por qué te llamó?
-sí, ya lo recuerdo-.
Te llamo porque hoy
siento que no siento;
ni nuevo, ni distinto
definido ni indefinido.
No recuerdo lo que siento
y, con todo, aún no siento,
y siento sentirlo porque
siento que el destino
es un sin sentir sentido.
¡ Vaya! Lo siento,
esto no era lo convenido.
Debía decirte
que he sentido felicidad
y debíamos besarnos
hasta caer rendidos.