Contar la muerte de los seres queridos
para descubrir algo del sentido de sus vidas.
Este relato está escrito desde la inmediatez de unas muertes familiares que, de nuevo, auspiciaron la difícil disyuntiva de la imposibilidad de entender la muerte y la necesidad de comprenderla. La muerte que viene, la muerte que se espera, la muerte avasalladora, la muerte voluntaria.
Está escrito para el consuelo, no podría estarlo para ahondar en el dolor que nos separa de esos seres queridos que impregnan con su aura nuestra memoria. La rememoración de estos hechos de vida, de estos hechos de muerte, donde nada se inventa, quiere también suscitar el rumor de la ausencia que, en su benigna murmuración, ayude a pacificar lo que el tiempo alivia y el recuerdo reclama.
Acostumbrado a la ficción de la muerte, el novelista asume la huella imborrable de la muerte verdadera, y apenas le queda, en esa disposición del consuelo, el modesto poder de una escritura que intenta esparcir para los demás las emociones y los sentimientos de las pérdidas que todos sobrellevamos.