Cabe leer Arden las pérdidas como un relato refluyente de lo que ya no es (la luz de la infancia, el amor, la ira y los rostros del pasado...), de lo perdido y olvidado que, sin embargo, aún arde y se afirma luminoso y cruel en la inminencia de su desaparición. El aparente hermetismo del relato se abrirá con sólo advertir que los símbolos son fueron, simultáneamente, realidades.
La visión de lo perdido y olvidado es también conciencia existencial, conciencia del tránsito soportado para ir de la inexistencia a la inexistencia. Ya en la «claridad sin descanso» de la vejez, es dado contemplar la gran oquedad, conocer el error en que, incomprensiblemente, «descansa nuestro corazón».