Una situación inquietante, una perturbación no prevista se convierte en el elemento común de los arranques de estas historias: los nervios ante una primera cita en la que hay que impresionar a la otra parte; el viaje en tren como una forma, desesperada e imposible, de aislamiento; el secreto mayúsculo que a un personaje insignificante le toca en suerte compartir y administrar; la presencia obsesiva de un antiguo rival de infancia; o la hipócrita y a ratos cruel relación entre un grupo de amigos. Con esos planteamientos el narrador nos conduce irremediablemente a un desenlace inesperado, en el que se rompe magistralmente la lógica o lo convencionalmente esperado. Mercedes Abad demuestra aquí sus dotes de «artillera que calcula bien las dosis de dinamita».
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